
La locura del teatro
Hace mucho pasé por allí, específicamente por el Teatro México, su imponente arquitectura y su inmenso telón rojo te ambientaba en ese espacio sobre las tablas, en un momento especial, mágico. Allí fui espectadora y representadora de diferentes vidas, no me declaro actriz por el respeto que le tengo al arte dramático. Pero, en ese lugar fui feliz.
Escrita por: Lizette Morales
Los juegos
El teatro era algo lejano para mí desde muy pequeña, sin embargo, siempre tuve el sueño de ser parte de un grupo teatral y hasta que llegué a la universidad tuve la oportunidad de compartir con otras personas una pasión tan profunda. Los ensayos antes de pasar al Teatro México eran en un edificio, conocido por la dirección, como el ‘5-50’, en ese lugar recuerdo los primeros ejercicios de juegos teatrales en los que debíamos caminar por un espacio determinado, mantener el ritmo en el grupo, decirle a la otra persona algo o simplemente correr y abrazar a alguien en el momento que lo decía el director. Incluso, los ejercicios de improvisación en los que se creaban diversas situaciones con otros compañeros y sus desenlaces eran inesperados.
Los juegos te ayudan a entender que no somos masas indiferentes, por el contrario, somos un ‘todo’ en la sociedad, de allí la importancia de reconocer al ‘otro’ y de mantener viva la escena, esa puesta sobre las tablas que representa la vida misma porque como bien lo decía el director de teatro de la Universidad Central, Gustavo Orozco: “el teatro es vida”.
Si me inmiscuyo más allá de la preparación de toda una obra, de la complejidad de la adaptación de un texto físico, la escenografía y la representación de los personajes no terminaría por explicarlo porque son elementos cruciales que están en una puesta en escena para contar mucho más sobre la historia.
Los personajes
El hecho de crear a un personaje de ‘caminar’ como él (aunque suene raro es así) porque no todos caminamos igual y ese personaje debía de tener características que identificaran su propia personalidad. Ponerse en la piel de alguien a quien no has visto nunca y jugar con cómo se ve y cómo se relaciona con los demás, cómo piensa y cómo se expresa, crear un ser y un cuerpo propios. Pasos que parecen simples, pero que son más complejos de lo que parecen porque a final de cuentas, debes representarlo frente a un público que debe creer y sentir a la vez contigo.
Entre los personajes que interpreté se encuentran: Alina, una gnoma en el Polo Norte; Cusita, prostituta de Cuba en los años 50; Esmeralda, recepcionista de un psiquiatra; Irene, joven enamorada y locutora 1 en la radio. Al principio, los nervios me invadían por completo, sentía que no podía representar bien a cada personaje. Con Cusita sentía un dolor muy profundo por su situación, pero sabía que ella no era como yo, ella no se dejaba llevar por el dolor, solo disfrutaba de su situación. Este personaje me enseñó la importancia de reconocerme como mujer, de habitar sobre mi ser y sentir placer sin importar nada más. Por otro lado, con Esmeralda sentía una profunda admiración por su trabajo, su inteligencia y su paciencia.
A Irene le di más de mí que lo que les había dado a los anteriores personajes, le di mi ser, le di mi amor y tranquilidad porque me identifiqué con esa joven enamorada que cinco años después vuelve a encontrarse con el ‘amor de su vida’ y aunque esa no era mi historia, la adapté como si fuera mía; canté y me gocé ese papel, me sentía amada en su cuerpo y en el beso final quedó enmarcado todo el amor que sentía. Ella me enseñó a ser simple, joven, dulce y a amar sin importar nada más.

La locura y el arte
El arte que te invade, que te absorbe y que te revive, ese es para mí el teatro, aunque Federico García Lorca lo dijo mejor que yo: “el teatro es poesía que sale del libro para hacerse humana”. Y su importancia es representar un momento histórico, social y/o personal para enviar un mensaje a su audiencia para provocar esa ‘catarsis’ dentro de cada espectador; ese boom interior que genera el sentirse identificado o cercano a una situación.
Ahora llega la locura: “instintivamente todos sabemos lo que es un pensamiento ‘loco’; los pensamientos locos son aquellos que otras personas consideran inaceptables y de los que aprendemos a no hablar, pero por los cuales vamos al teatro para verlos expresados” (Keith Johnstone en ‘Improvisación y el teatro’).
En ese caso, al momento de improvisar nos recomiendan ‘no pensar’ sino actuar y dejarse llevar por la situación, cuestión que me detenía y no me dejaba fluir porque estamos acostumbrados a llevar el control de lo que hacemos y lo que decidimos, así que hacer una puesta en escena donde no existe ese control, es liberador.
La libertad que el teatro me dio y que yo negué en un inicio fue mi propia ‘catarsis’ para darme cuenta de que la locura hace parte de este arte y en sí, de la vida. Por eso, le tengo tanto estimo a las obras de teatro y al arduo trabajo de cada persona detrás de escena, a los actores, directores, ingenieros de sonido y de luces, entre otros porque a la final son un ‘todo’ que van en una misma dirección y con el fin de ayudarse mutuamente para adaptar un texto escrito.
Así que, si el teatro es locura, me declaro una loca apasionada por este arte y aprovecho esto para agradecer a los directores del grupo de teatro de la Universidad Central y a los compañeros que más allá de todo estaban allí bajo la pasión que nos unía a todos y todas.